miércoles, 4 de diciembre de 2013

"El Tesoro" de Eduardo Lagar


“¿Puede una mentira construirse con mil pequeñas verdades?” Seguro que se nos ocurren incontables respuestas para esta inquietante pregunta. Y probablemente todas dependerán de la mentira, de quién la formule, de cómo se construya y de quién se la crea. Esa intriga es el telón de fondo y el hilo conductor que emplea en su primera novela el periodista Eduardo Lagar para construir un entretenido enredo, vestido de mentiras, que disfrazan y ocultan grandes verdades. Esta vez no os traigo comentado un libro de la biblioteca, pero por su genialidad confío y deseo que esta historia esté en todas ellas a partir de ahora.

La trama arranca de una misteriosa y antigua historia sobre un tesoro desaparecido, propiedad de un idolatrado político y pensador de la época de la Ilustración, Nicolás de Castellanos (“alter ego” de Gaspar Melchor de Jovellanos) Pero no se trata sólo de la simple búsqueda de un hallazgo de valor histórico, sino de la implicación en una gran mentira de una ciudad y sus habitantes, poniendo en evidencia, miedos, ambiciones y envidias. De este modo, van a desfilar por las páginas de la novela políticos corruptos, dirigentes locales con tendencias megalómanas, arquitectos visionarios y periodistas al servicio de su ego.

“Quien tiene un amigo tiene un tesoro” y yo he cumplido a rajatabla el refrán. Gracias al privilegio que me concedió Eduardo pude leer la novela antes de que se presente el próximo día 12 de diciembre en Oviedo. No me costó esfuerzo de tratar de ser objetiva y asegurar que me había encantado por su calidad literaria, el juego de inteligencia que propone al lector y el entretenimiento de principio a fin. Y soy objetiva también si afirmo que se lee de un tirón y que impresiona tanto como divierte.

Me quedo con la soberbia descripción de los egos que protagonizan la novela, todos intentando pisotear con sus miserias a los de abajo, como en la cruda realidad. Personajes megalómanos que están dibujados con una afilada precisión y, lo que es mejor, con una insuperable ironía. Marca del autor es manejar ideas dejando caer las palabras en el momento justo, bien sazonadas de sarcasmo, ironía o humor para conseguir el máximo efecto. Tal vez, la mejor forma de ejercer una crítica y transmitirla de una forma profunda y efectiva y, sin duda, la más divertida.

El humor suaviza también algunos momentos de crueldad, necesarios para comprender la historia, los personajes y el trasfondo que encierra. Nos acerca una realidad que demuestra que los aspirantes a dioses y mesías nos han gobernado en todas las épocas y los hemos adorado con profundo e ignorante fervor. Quedan muchas capas de mentiras que rascar todavía y nunca llegaremos a todas, ni a las de antes, ni a las de ahora.

Para que podáis conocer mejor la novela y al autor (un tipo genial, ya os lo adelanto) aquí tenéis una completa página web y un fantástico booktrailer. Hasta la foto de la portada tiene su intrigante razón de ser…


Espero que lo disfrutéis tanto como yo lo hice.






martes, 19 de noviembre de 2013

"La ternura de los lobos" de Stef Penney




Como tantas veces, elegí este libro de la estantería de la biblioteca sin pensarlo demasiado. Me atrajo el título y la contraportada, donde se ensalza “el magnífico debut de una escritora con enorme dominio del lenguaje, la ambientación y los personajes.” Y tras unas pocas páginas, comprobé que las alabanzas a la autora son bastante acertadas.

La historia atrae, en primer lugar, porque reúne a un grupo de personajes en un territorio inhóspito: los inmensos paisajes nevados del noreste de Canadá, aún sin explorar, donde se concentran todos los rigores del más duro invierno. Y en segundo lugar, porque en esta novela coral, los protagonistas son pioneros llegados a esas tierras para fundar nuevos poblados, curtidos con la misma dureza del hielo para sobrevivir a ellas. Los hilos que unirán la historia y a los personajes serán el asesinato de un cazador de lobos, la desaparición de un joven, el hallazgo de una antigua tablilla supuestamente escrita por los indios, y el robo de unas valiosas pieles de zorro.  

Con todo ello, se configura una novela donde esos puntos de intriga parecen una excusa para mantener la atención, cuando en realidad la autora se explaya en describir, -maravillosamente bien-, los bosques nevados, los cielos grises y plateados del invierno y el frío intenso que devora el entorno. Se siente de verdad ese frío a través de un lenguaje vívido y detallista, que Stef Penney maneja a la perfección.

Del mismo modo, se siente también la capa de hielo que recubre a los personajes. Rompiéndola a toquecitos sutiles, la autora deja ver pasiones, ambiciones, avaricia y, sobre todo, su lucha por la supervivencia. Siempre jugándose la vida o a punto de que todo se desmorone. Uno de los personajes lo define como “el pánico del malabarista”.

“El pánico del malabarista que, de pronto, se da cuenta de que tiene demasiadas bolas en el aire y comprende que el desastre y la consiguiente humillación son inminentes…”

La protagonista es la señora Ross, una mujer que jamás ha conocido el calor en su familia ni en su vida, y que parte junto a un hermético y curtido rastreador en busca de su hijo desaparecido. Esta mujer, desposeída de su infancia en un manicomio, es la mejor representación de cómo se puede asimilar con aparente indiferencia una vida desgraciada, sin tener la confianza ni el cariño de nadie:

“Llorar no sirve de nada; es como si pensaras que alguien te estará mirando y se apiadara de ti, lo que implica que supones que podrá ayudarte… y yo descubrí muy pronto que no es así”

En su camino junto al rastreador y en sus noches en el bosque, rodeados de la presencia de los lobos, ella descubre aromas evocadores de lo mejor que queda entre sus recuerdos y que aspira de nuevo en la piel del hombre que la acompaña. “Olía a vida…” Y en esa piel, también está el calor que a ella se le ha negado desde siempre, el único deseo que necesita:

“Si fueran a concederme un deseo, pediría que esta noche no terminara… Con tal de que yo pueda estar así, rozando con los labios un triángulo de piel cálida para que él sienta mi aliento. No merezco que se me concedan mis deseos, pero lo cierto es que poco importa si lo merezco o no…”

La ternura es el calor humano que a ella y al resto de personajes les falta, y que les faltará allá donde vayan, en un futuro abierto e incierto. En toda la historia, de muchas maneras, está presente “el dolor de la memoria”, la forma en que los indios definen la imposibilidad de domesticar a un lobo o a cualquier animal salvaje, porque “siempre recuerda de dónde viene y algún día querrá volver.”

Una hermosa novela para leer, eso sí, bien protegidos bajo una manta, junto al fuego de una chimenea o, mejor, con un brazo cálido alrededor.




jueves, 27 de junio de 2013

"La elegancia del erizo" de Muriel Barbery





Una portera de un edificio de clase alta de París, que domina la obra de Marx, y una niña de 12 años, de inteligencia privilegiada, que pretende suicidarse al cumplir los 13. Ellas son las protagonistas que nos presenta Muriel Barbery en  el preámbulo de este libro y que, lógicamente, suscitan una curiosidad inmediata. Y ellas serán los hilos conductores de cada una de sus historias personales,  entremezcladas de brillantez y originalidad, aunque no siempre del todo acertadas. El éxito de este libro provocó que fuera llevado a la gran pantalla y fue toda una revelación literaria en Francia. Éxito merecido, pero con algunos matices, como ahora os explicaré…

Renée Michel, la portera,  es una mujer de mediana edad que lleva “escondida” casi toda su vida, fingiendo ser una persona corriente, mientras que en realidad oculta una gran inteligencia, sensibilidad y cultura. Así se define ella misma:

“Me he replegado, es cierto, y he rechazado el combate. Pero, en la seguridad de mi espíritu, no existe desafío que yo no sea capaz de afrontar. Indigente de nombre, posición y apariencia, soy en mi entendimiento una diosa invicta.”

Y así la define la otra protagonista, dándole sentido al curioso título del libro:

“La señora Michel tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes.”

Con esa increíble capacidad para percibir la realidad de los adultos, la niña Paloma, hija de una familia rica residente en el mismo edificio, escribe sus reflexiones críticas sobre el mundo de los adultos. Un mundo que rechaza y censura, hasta el punto de no querer seguir adelante y preferir la muerte. Su diagnóstico es especialmente incisivo:

“La gente cree ansiar y perseguir estrellas, pero termina como peces de colores en una pecera.”

La combinación de estos dos brillantes personajes dará mucho juego a la autora con toques de humor, ironía y a veces, ternura. Muriel Barbery, profesora de filosofía, pone en boca de ellas interesantes y acertadas reflexiones sobre la vida, la literatura, el arte, la percepción de la belleza y la amistad. Sin embargo, resulta inverosímil su obsesión por las diferencias de clase, la escala social y las distancias entre ricos y pobres. De hecho, cuesta entender que una persona de inteligencia privilegiada como la portera tenga que ocultarse y desaprovechar su talento, sólo por haber nacido pobre, en el París del siglo XXI. Desde ese punto de vista, resulta incomprensible su argumento, aunque no cabe duda de que muchas personas –y más si son tan especiales- se esconden en nuestra sociedad por miedo a los demás. Miedos eternos que jamás caducarán en ninguna época.

Renée descubrirá una nueva ilusión en la persona de un rico caballero japonés que se instala en el edificio, así como el valor de la amistad con la niña, una especie de “alma gemela”, pese a la diferencia de edad. El final de la historia podría ser mejorable para un libro tan interesante, pero en conjunto, merece mucho la pena. Aunque sólo sea por apuntar en nuestra agenda una tarea imprescindible como ésta:

“Lo que hay que vivir antes de morir es un aguacero que se transforme en luz…”

-

jueves, 6 de junio de 2013

"El perseguidor" de Julio Cortázar





Leer a Cortázar es apostar sobre seguro. Rescatar uno de sus libros de la biblioteca es saberse ganador al cerrar la última página, con la certeza de que todas sus palabras se quedarán en el corazón para enriquecerlo. “El perseguidor”, uno de su grandes éxitos, se devora enseguida; un relato breve y en apariencia ligero, pero deja un sabor que se degusta placentera y lentamente durante mucho tiempo: agridulce, con aroma de melancolía, como el que crece entre el humo del tabaco, las notas de un saxo y un deseo inalcanzable.

En “El perseguidor” Cortázar relata los últimos días del saxofonista Johnny Carter, sus obsesiones y alucinaciones, su dependencia de las drogas, sus frustraciones y su gran búsqueda. Es un homenaje al genial Charlie Parker, publicado en 1959, con el paisaje de París de fondo, y referencias a otro genio del jazz como Miles Davis.

La historia de Carter nos la narra su biógrafo y crítico musical, Bruno. Es la voz del propio Cortázar que se esfuerza por comprender la confusa vida que discurre por la mente del músico, más allá del desastre de inconsciencia y autodestrucción en que convierte su día a día: “Envidio todo menos su dolor, pero aún en su dolor tiene que haber atisbos de algo que me es negado”.

Desde la primera página, Carter aparece como un ser entrañable, pero confuso, enfermo y drogado, que se confiesa incapaz de pensar, y especialmente, obsesionado con el tiempo:

“En mi casa el tiempo no acababa nunca, sabes. De pelea en pelea, casi sin comer”… “Cuando empecé a tocar de chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba”… “Yo no me abstraigo cuando toco. Solamente cambio de lugar”

Poco a poco, Bruno va entendiendo la luz que “busca encenderse” en Carter cuando toca, una luz que va más allá de los efectos de las drogas o de la grandeza que le niega a un “pobre diablo, vicioso y con talento” como Carter:

“Johnny está obsesionado por algo que su pobre inteligencia no alcanza a entender pero que flota lentamente en su música, acaricia su piel, lo prepara quizá para un salto imprevisible que nosotros no comprenderemos nunca.”… “Parece contar con ella (la música) para explorarse, para morder la realidad que se le escapa todos los días.”

Bruno no se cansa en su empeño de entender a Carter, sus crisis y sus sueños. El último de ellos será un campo lleno de urnas enterradas en un espacio inmenso, con la muerte como reclamo y salida. Le escucha también tocar, fuera del tiempo: “Esto lo estoy tocando mañana”, dijo Johnny en una ocasión. Y en una de sus improvisaciones con el saxo, “llena de huidas en todas las direcciones”, Bruno entiende quien es verdaderamente Johnny Carter, “el perseguidor”:

“No es un perseguido, no es una víctima. Lo que le ocurre son azares del cazador, no del animal acosado…. Persigue en vez de ser perseguido.”

Al fin, Carter resume toda una vida de búsqueda en el tiempo, fuera y dentro de él, hasta reunirse con su “siempre”.

“El tiempo… toda mi vida he buscado en mi música que esa puerta se abriera al fin. Una nada, una rajita…” Carter recuerda una ocasión en que Miles Davis “tocó algo tan hermoso que casi me tira de la silla”“Era la seguridad, el encuentro, cuando todo está resuelto… Sin que hubiera después… Por un rato no hubo más que siempre.”

Sólo queda leerlo con la sabia voz de Cortázar, escucharlo, y que nos lleve entre notas en el tiempo…





jueves, 23 de mayo de 2013

"El egiptólogo" de Arthur Phillips



No suelo releer libros porque hay muchos olvidados esperando en las estanterías. Pero con “El egiptólogo” he hecho una excepción, a modo de prueba, y he vuelto a sentir la misma fascinación que la primera vez. Me admiró aún más la inteligencia de Arthur Phillips para construir esta novela laberítica, como una sólida pirámide asentada sobre una imaginación prodigiosa y una habilidad de ventrílocuo para manejar  las voces de la narración.

“El egiptólogo” podría definirse como un “thriller histórico”, con tintes de humor negro; como un viaje impactante por la psicología de los personajes, además de una delicia para los amantes del antiguo Egipto.

En 1922, coincidiendo con el descubrimiento de la tumba de Tutankamon, el protagonista, Ralph Trilipush, busca el enterramiento de un supuesto faraón apócrifo, Atum-hadu, basándose en el hallazgo de unos jeroglíficos. A través de las cartas que se cruzan, Phillips nos descubre la personalidad de los personajes y su punto de vista, de una manera absolutamente creíble. Lees cómo se desarrolla la historia, a través de los ojos de cada uno, y asumes plenamente y con toda convicción, que lo que cada uno cuenta es cierto. Y no siempre lo es. Como un jeroglífico, hay que desentrañar lo que significan verdades supuestas, equivocaciones y mentiras interesadas. En este libro “no lees entre líneas: vives entre líneas”, tal como destacó la revista People.

Los protagonistas de las dos tramas principales, que al final confluyen, son un detective australiano, Harrold Ferrell, y el propio egiptólogo, Ralph Trilipush. Ferrell se nos presenta como un tipo arrogante, cargado de prejuicios y carente de ciertos escrúpulos, que simplifica la vida a su manera:

“No existen más que cinco motivos para que un hombre haga algo: dinero, hambre, lujuria, poder y supervivencia”.

Con similar arrogancia, pero más profundidad, aparece el fascinante protagonista, el egiptólogo que busca la inmortalidad de los antiguos faraones. En sus cartas, los apuntes de su libro y en su diario, Trilipush habla con una voz ampulosa de erudito, como un megalómano y obsesivo aspirante a la gloria; un ser elegido por el destino para ser recordado eternamente.

Trilipush planea incluso cómo lo describirá su biógrafo y, en esa reflexión, deja ver parte de lo que su complejo personaje esconde:

“¿Dónde está el centro de nuestra vida,  el corazón de nuestro personaje, con todos los detalles? (…) Bajo una capa aparece otra y luego otra, bajo cada velo de seda, más seda, bajo el polvo, más polvo, detrás de una puerta, otra, y luego un sepulcro y un sarcófago exterior y uno interior y la cobertura exterior de la momia y la máscara y los vendajes de lino y luego… un negro esqueleto de apretada, crujiente piel, intacto pero sin cerebro, hígado, pulmones, intestino y estómago. ¿Es ésta la verdad? O, ¿en nuestra carrera para llegar a esta respuesta pasamos por encima de la humilde verdad, la atropellamos, la cubrimos con el polvo de nuestro apresurado cavar?”

Más que leer, viviremos la transformación de Trilipush, día a día: sus ansias intactas, fracaso tras fracaso, mientras contemplaba los fastos del enorme descubrimiento de Howard Carter: “Vencer a pesar de las condiciones, y no gracias a ellas”.  Desde la lucidez primera de su obsesión, hasta la locura y el delirio en la tumba, identificado con su supuesto rey de Egipto. Sabremos que, en su verdadero ser, anidaba la aspiración de crearse a sí mismo. Lo que más admiraba eran los hombres que triunfaron por su propio esfuerzo: niños abandonados o maltratados que forjaron “un yo marcado por la fuerza y, más importante aún, por el estilo (...) No puede aceptarse nada heredado de un pasado inaceptable”

Equivocado y a toda costa, Trilipush consigue sellar su historia de “autocreación” con entrañable locura y un final impactante. Y sobre todo, consigue llegar a ser un personaje inmortal en la memoria de los lectores. En la mía, tiene guardado un lugar de honor para siempre.

Inolvidable, obra maestra.  




jueves, 16 de mayo de 2013

"El tren de la última noche" de Dacia Maraini





Confieso que me ha costado asimilar este libro. Al llegar a la última página, parece que se abre otra noche profunda y oscura, en otra parada de tren, para reflexionar sobre todo lo que éste lleva en sus vagones. El final se engancha en el corazón y lo encoge con una impresión profunda, de tal modo que se convierte en inolvidable. Y todo ello a pesar de que aborda una época, -la guerra fría, en 1956, tras la Segunda Guerra Mundial- sobre la que se ha escrito ampliamente. Conocemos de sobra la crueldad y los rigores de los campos de concentración nazis, la mayoría de sus crímenes, el caos y la desolación que trajo consigo a Europa. Aun así, vista la historia a través de los ojos de Dacia Maraini, todas esas vivencias cobran una nueva intensidad.

Dacia Maraini, considerada como una de las grandes damas de la literatura italiana, coloca a una joven periodista en un tren tras otro, con un único rumbo y un solo destino: encontrar a su amor de adolescencia, un joven judío llamado Emanuele, años después de su desaparición en un gueto de Lódz. Junto a ella, acompañándola en la búsqueda y el viaje, aparecerán otros personajes, supervivientes de los horrores de la guerra, desde Viena a Budapest, pasando por el campo de concentración de Auschwitz. La mayoría son entrañables y todos especiales, descritos con puntillosa precisión y humanidad. También los hechos se relatan con un detalle minucioso: lo mismo el efecto de una bomba que un momento cotidiano. El conjunto es un retablo de vidas zarandeadas por la muerte, el infortunio, la crueldad ajena y los errores propios.

Maraini no olvida ningún punto de vista, incluido el de una de las esposas de los oficiales nazis que veía las columnas de humo de los crematorios de Auschwitz, sin cuestionarse su causa, o la de una joven alemana, “enamorada” entonces de Hitler, cuando se dejó “emborrachar” por la euforia de orgullo nacional que consiguió transmitirles:

“No hay nada peor que recobrar la cordura tras un amor desacertado (…) Ahora nos parece un monstruo con la voz desagradable, los ojos de un poseso y los gestos de un maniaco. ¡Pero entonces incluso lo encontrábamos atractivo¡ ¡Fascinante! Tenía a todo el mundo enamorado! (…) No sé cómo olía porque nunca llegué a verlo de cerca. Pero digamos que desde la distancia llegaba un perfume de rosas y violetas que me sorprendía incluso a mí. Era el olor de un país en fiestas, de un país victorioso.”

El amor, de un modo u otro, equivocado o auténtico, es la vía principal por la que transita el tren de este libro. En la búsqueda de Emanuele conoceremos (y adoraremos) la personalidad del niño y del adolescente que ama la protagonista, a través de las cartas que le envió cuando su familia se traslada de Florencia a Viena, en una errónea decisión que les costará acabar en el gueto de Lódz. Conoceremos a Emanuele como un niño intrépido y valiente que soñaba con construirse unas alas para volar, mientras se encaramaba a las ramas de los árboles:

“Siendo mirlo, comprendió que para sobrevivir es preciso vivir un minuto por delante de las cosas que ocurren…”

Y sabremos que Emanuele lucha y se transforma, cambia la alegría infantil por la obsesión adolescente de un día más respirando; hambriento de vida, pasa de mirlo a ave de presa. Todo por seguir volando: un pájaro que sobrevive a pesar de estar muerto. Un personaje de los más hondos que se pueden escribir. Inolvidable hasta la última palabra, del último tren, de la última noche.  



viernes, 19 de abril de 2013

"Lobos" de Donato Carrisi




Atentados, asesinatos, muertes violentas. Son, por desgracia, habituales en las noticias de cada día, continuo objeto de estudio y fuente inagotable de inspiración literaria. ¿Por qué se mata? ¿De dónde surge el instinto asesino? ¿Qué lleva a un hombre a dar muerte a otro como un animal? Nadie ha conseguido responder con exactitud a estas y otras cuestiones  y, como todo lo desconocido, resulta un campo abierto a la imaginación y a la especulación.

Hoy os traigo una novela con aspiración –lograda- de ser un best seller más y con un asesino en serie más.  Hasta aquí nada nuevo, salvo porque Carrisi demuestra una especial habilidad para jugar con el género. Se presenta en esta primera novela con el bagaje de su experiencia como guionista de televisión y especialista en Criminología y Ciencias del Comportamiento, y resulta evidente que domina perfectamente la técnica de los golpes de efecto. Dosifica la historia a su antojo, maneja a sus personajes como un prestidigitador, y como consecuencia, despista completamente al lector. El resultado es una novela absorbente, que se lee con el corazón en un puño, y deja un cierto regusto de “tomadura de pelo”. Y ahora os explico por qué...

Un grupo especializado de homicidios busca a un asesino en serie que ha dejado enterrados los brazos de seis niñas, pero sólo se han denunciado cinco desapariciones, lo que implica que la sexta sigue aún con vida. La suerte de esa última pequeña mantiene en vilo la historia que se sostiene además con la sucesiva aparición de los cadáveres del resto de víctimas. Como en muchas de estas novelas, sobra el sadismo y la crueldad de los asesinatos, aunque hay que reconocer que Carrisi no se recrea en exceso al describirlos. Pero sí destaca la habilidad del asesino para burlar a los investigadores, dando siempre un paso por delante de ellos, de modo que consigue dotarlo de una inteligencia superior que podría confundirse con admiración. 

Todos los policías cuentan con sus propios problemas personales: la protagonista es una joven con una traumática experiencia, íntimamente ligada con los crímenes, y el resto viven en un peligroso equilibrio entre el bien y el mal. El cerebro del grupo no es un policía, sino un profesor especialista en criminología que da, al comienzo de la historia, una de las claves para entender a los asesinos en serie:

“Los llamamos monstruos porque los sentimos lejos de nosotros, porque los queremos distintos. En cambio, se nos parecen en todo.”… “La sociedad pretende que el mal extremo no pueda ser explicado, y no pueda ser comprendido. Intentarlo quiere decir buscarle también una justificación”.

Más adelante, cuando la historia avanza, comprendemos esta otra afirmación del criminólogo: “Convivimos con personas de las que creemos conocerlo todo, pero en realidad no sabemos nada de ellos…” La explicación de esta idea es evidente. Todos podemos matar, somos potenciales asesinos, si contamos con la motivación o la estimulación suficiente. A nuestro lado conviven “lobos” y esta es la novela sobre un líder de la manada.

El planteamiento es interesantísimo y se desarrolla de forma excelente en la mayor parte la de novela. El problema son los excesivos giros en el relato y en las actitudes de los personajes, todo en aras de la potenciar la tensión. Los efectos llegan a ser tan inverosímiles al final que, cuando el lector comprende que se le han caído todos los esquemas, debe retomar la historia sin apenas tiempo para asimilarla en el último capítulo. Queda la sensación de que el autor ha dado pistas demasiado engañosas y deja ese regusto de “tomadura de pelo” que os comentaba al principio. Un uso más moderado de los fuegos de artificio le hubiera dado más credibilidad a la historia sin perder la intriga, aunque tal vez sea demasiado pedir a cualquier aspirante a súper ventas. Salvo por esto, el conjunto es realmente atrayente, sobre todo para los apasionados de las emociones fuertes, y Donato Carrisi un autor para tener en cuenta cuando os apetezca pasar unas horas conteniendo la respiración.




lunes, 8 de abril de 2013

"Ninguna guerra se parece a otra" de Jon Sistiaga





Todo este libro puede entenderse como un gran homenaje. A José Couso, a los reporteros de guerra y al periodismo en general. Quizá sin pretenderlo, porque Jon Sistiaga relata, sobre todo con humildad y honestidad, los acontecimientos que rodearon la muerte de su compañero, cámara de Telecinco, cuando un obús disparado por un carro de combate norteamericano impactó contra la habitación del hotel Palestina de Bagdad, donde cubrían la guerra de Irak. El resultado es un libro que se lee con profundo interés y llega a lo más hondo. No sólo como revisión de aquellos hechos desde el punto de vista histórico, diez años después, sino como la expresión de los sentimientos de un hombre que se enfrenta a la muerte de un amigo muy querido, junto a la muerte de innumerables seres anónimos que sufren la devastación de una guerra.

La historia de Jon comienza desde el dolor, doce horas después de que el obús dejara la “cámara reventada, mutilada, igual que le habían dejado a él”. Debe enfrentarse a la insoportable ausencia del amigo, a recoger sus pertenencias, a avisar a sus familiares, a digerir infinitas preguntas sin respuesta. “¡Tantas y tantas veces he tenido que  anotar y relatar las formas que adopta la muerte! En Ruanda, en Colombia, en Kosovo, en Afganistán, en Palestina…” “Me di cuenta entonces de que sólo cuando esa angustia te alcanza directamente eres capaz de asumir, y describir, la inmensa desdicha de ser víctima. Por fin me ponía en la piel de una madre kosovar, de un niño afgano o de un padre irakí”.

¿Y por qué? Esa es la cuestión inevitable. ¿Por qué un reportero de guerra se enfrenta a la muerte? “La respuesta es sencilla: porque hay que estar”, explica Jon. “Porque alguien tiene que contar a los demás qué es lo que está pasando. Porque no podemos permitirnos el lujo, a estas alturas de civilización, de ceder espacios de impunidad a todos esos miserables que en las guerras satisfacen sus peores instintos”. Sin perder la honestidad para analizar sus sentimientos, Jon reconoce que, como todos los que cubren conflictos y guerras, alguna vez se ha sentido “el tipo más miserable del mundo” ante “la mirada inerte de un crío”. “No, no somos tan duros. Ni tan alcohólicos, ni tan mujeriegos, ni tan depresivos como cuenta la leyenda”… “Todavía algunos, pocos, mantienen actitudes de héroe trasnochado de película en blanco y negro, pero son, en general, comportamientos de reflejos”. Jon destaca el compañerismo de los periodistas con los que compartió momentos dramáticos en Irak y en anteriores conflictos. Resulta especialmente emotivo el encuentro con una compañera, tras la muerte de Couso, con la que se fundió en un abrazo "que fue un enorme diálogo”.

Todo el esfuerzo por transmitir lo que están viviendo los reporteros en medio de una guerra no siempre resulta fácil. En este caso tuvo un altísimo coste y no siempre se puede reflejar con precisión. Cuenta Jon que el espectador puede contemplar en un informativo una imagen “pavorosa y cruel”, pero “la realidad es mucho peor”. Ningún medio es capaz de transmitir “el hedor de la muerte, la única cualidad que no puede traspasar las pantallas y que es casi imposible de describir. El repugnante tufo de la calamidad es lo que hace soberbia a la muerte.”

Pese a todo, la guerra de Irak fue “la mejor contada” porque se hizo en directo. Fue la guerra “de los informativos. De las imágenes que se obtenían al momento, en directo, sin recortes”. Aun así, los periodistas tuvieron que sortear la censura del régimen de Sadam y “las mentiras de la guerra”“Había que desbrozar cada dato para ver qué era noticia y qué era montaje, qué era información y qué especulación”, incluso desde el lado norteamericano, según recuerda Jon, con datos reveladores. “El gran teatro informativo de la guerra tenía muchos actos y muchos actores”, asegura, “la contrainformación o la desinformación más burda se mezclaron con las más sibilinas operaciones de enjuague mediático. Nada era lo que parecía.”

En su libro, Jon nos desgrana los acontecimientos que derivaron en la caída de Sadam y la toma de Bagdag, cómo lo vivió junto a José Couso y la forma en que lo vivieron todos los que allí se encontraban, desde enviados especiales hasta los propios habitantes de la capital irakí. Afirma que “las turbaciones humanas son parecidas en todo el mundo y tienen mucho más que ver con nuestra cotidianidad que con los sublimes valores que supuestamente están en juego en las guerras. En Bagdad no se planteaban si la guerra era legal o ilegal, si era necesaria o justa. Se planteaban cómo les iba a afectar directamente a todos ellos”. Y como en toda situación extrema, algo cambia dentro, incluso de manera positiva: “Aquellos días los bagdadíes descubrieron que todo el mundo tiene familia o alguien a quien querer… Había en el ambiente una sintomatología de bondad… todo el mundo descubrió su lado generoso”. Como dice Jon: “Cuando se está bajo las bombas, cambian de repente todos tus valores”.

De lo mejor y de lo peor del ser humano trata, en el fondo, este libro inolvidable, homenaje a José Couso, y gran retrato de un momento histórico. Para mí, especial porque compartí momentos importantes en los tribunales con Jon Sistiaga y jamás olvidaré su buen hacer periodístico, su viva y afinada inteligencia y, sobre todo, su inmensa calidad humana. Gracias Jon por este libro y por reconciliarme, en difíciles momentos, con nuestra profesión.



Sobre este blog





Leo desde que tengo uso de razón y leer me ha ayudado a mantener la razón muchas veces. Mis mejores recuerdos de infancia me sitúan en la biblioteca ocupando las horas entre libros, mientras el resto de niños de mi edad pateaban las calles, feliz y ansiosa tras la búsqueda de mi particular tesoro. Aquel tesoro  plasmado en papel que me hacía perderme sin respiración, deseando más, entre las historias, adorar u odiar a sus personajes, saborear las emociones que me provocaban ideas, frases, palabras… Siempre palabras.

Ahora continúo perdiéndome entre las estanterías de la biblioteca. Paseo al azar y toco los libros: huelo, acaricio y leo. A veces me detengo en una letra y curioseo el título, el tema, la reseña de la contraportada o la retórica promoción de un escritor que después cumple o no con las expectativas. Siempre me divierte la “tiranía” del orden alfabético que une a extraños compañeros. Me divierte comprobar la curiosa contradicción de encontrar a autores tan peregrinos como la “osada” escritora de un libro titulado “De que hablan las mujeres en el baño” junto a las obras completas de Mariano José de Larra, por ejemplo. Me divierte imaginar si ambos tendrían algo en común que decirse, si habría algún diálogo provechoso entre ellos. Me divierte imaginar, así, simplemente. Y esa pasión es imparable. De modo que busco y leo un libro tras otro, de todo tipo, sin rechazar ningún estilo. Y ya hace tiempo, perdí la cuenta de todos los que han desfilado por mis ojos y he tenido entre mis manos. Recuerdo a los que me dejaron una sensación profunda y olvidé sin remordimientos, a los que sólo me suscitaron indiferencia o aburrimiento. Pero nunca dejé de buscar grandes o pequeñas historias en endulzaran, alegraran o intensificaran mi vida.

Creo que, mientras viva, jamás podrá abandonarme la sensación de que en una de esas estanterías me espera otro libro inolvidable, un libro que, pasado su tiempo, ya no forme parte de los bloques de libros promocionados en las librerías o centros comerciales. Con tanto valor o más que cualquiera de los que se venden masivamente o ganan premios literarios. Por eso quiero compartir con vosotros algunos de los libros que leo, algunos de mis “tesoros” de biblioteca. Tal vez juntos encontremos uno nuevo para guardar en el cofre de la memoria y rescatarlo de su paciente espera de un lector, en cualquier estantería de alguna biblioteca.

Gracias por acompañarme.