Confieso que me ha costado asimilar este
libro. Al llegar a la última página, parece que se abre otra noche profunda y
oscura, en otra parada de tren, para reflexionar sobre todo lo que éste lleva
en sus vagones. El final se engancha en el corazón y lo encoge con una
impresión profunda, de tal modo que se convierte en inolvidable. Y todo ello a
pesar de que aborda una época, -la guerra fría, en 1956, tras la Segunda Guerra
Mundial- sobre la que se ha escrito ampliamente. Conocemos de sobra la crueldad
y los rigores de los campos de concentración nazis, la mayoría de sus crímenes,
el caos y la desolación que trajo consigo a Europa. Aun así, vista la historia
a través de los ojos de Dacia Maraini, todas esas vivencias cobran una nueva
intensidad.
Dacia Maraini, considerada como una de las
grandes damas de la literatura italiana, coloca a una joven periodista en un
tren tras otro, con un único rumbo y un solo destino: encontrar a su amor de adolescencia,
un joven judío llamado Emanuele, años después de su desaparición en un gueto de
Lódz. Junto a ella, acompañándola en la búsqueda y el viaje, aparecerán otros
personajes, supervivientes de los horrores de la guerra, desde Viena a
Budapest, pasando por el campo de concentración de Auschwitz. La mayoría son
entrañables y todos especiales, descritos con puntillosa precisión y humanidad.
También los hechos se relatan con un detalle minucioso: lo mismo el efecto de
una bomba que un momento cotidiano. El conjunto es un retablo de vidas
zarandeadas por la muerte, el infortunio, la crueldad ajena y los errores
propios.
Maraini no olvida ningún punto de vista,
incluido el de una de las esposas de los oficiales nazis que veía las columnas
de humo de los crematorios de Auschwitz, sin cuestionarse su causa, o la de una
joven alemana, “enamorada” entonces de Hitler, cuando se dejó “emborrachar” por
la euforia de orgullo nacional que consiguió transmitirles:
“No hay nada
peor que recobrar la cordura tras un amor desacertado (…) Ahora nos parece un monstruo
con la voz desagradable, los ojos de un poseso y los gestos de un maniaco.
¡Pero entonces incluso lo encontrábamos atractivo¡ ¡Fascinante! Tenía a todo el
mundo enamorado! (…) No sé cómo olía porque nunca llegué a verlo de cerca. Pero
digamos que desde la distancia llegaba un perfume de rosas y violetas que me
sorprendía incluso a mí. Era el olor de un país en fiestas, de un país
victorioso.”
El amor, de un modo u otro, equivocado o
auténtico, es la vía principal por la que transita el tren de este libro. En la
búsqueda de Emanuele conoceremos (y adoraremos) la personalidad del niño y del
adolescente que ama la protagonista, a través de las cartas que le envió cuando
su familia se traslada de Florencia a Viena, en una errónea decisión que les
costará acabar en el gueto de Lódz. Conoceremos a Emanuele como un niño
intrépido y valiente que soñaba con construirse unas alas para volar, mientras
se encaramaba a las ramas de los árboles:
“Siendo
mirlo, comprendió que para sobrevivir es preciso vivir un minuto por delante de
las cosas que ocurren…”
Y sabremos que Emanuele lucha y se transforma,
cambia la alegría infantil por la obsesión adolescente de un día más
respirando; hambriento de vida, pasa de mirlo a ave de presa. Todo por seguir
volando: un pájaro que sobrevive a pesar de estar muerto. Un personaje de los
más hondos que se pueden escribir. Inolvidable hasta la última palabra, del
último tren, de la última noche.
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