jueves, 27 de junio de 2013

"La elegancia del erizo" de Muriel Barbery





Una portera de un edificio de clase alta de París, que domina la obra de Marx, y una niña de 12 años, de inteligencia privilegiada, que pretende suicidarse al cumplir los 13. Ellas son las protagonistas que nos presenta Muriel Barbery en  el preámbulo de este libro y que, lógicamente, suscitan una curiosidad inmediata. Y ellas serán los hilos conductores de cada una de sus historias personales,  entremezcladas de brillantez y originalidad, aunque no siempre del todo acertadas. El éxito de este libro provocó que fuera llevado a la gran pantalla y fue toda una revelación literaria en Francia. Éxito merecido, pero con algunos matices, como ahora os explicaré…

Renée Michel, la portera,  es una mujer de mediana edad que lleva “escondida” casi toda su vida, fingiendo ser una persona corriente, mientras que en realidad oculta una gran inteligencia, sensibilidad y cultura. Así se define ella misma:

“Me he replegado, es cierto, y he rechazado el combate. Pero, en la seguridad de mi espíritu, no existe desafío que yo no sea capaz de afrontar. Indigente de nombre, posición y apariencia, soy en mi entendimiento una diosa invicta.”

Y así la define la otra protagonista, dándole sentido al curioso título del libro:

“La señora Michel tiene la elegancia del erizo: por fuera está cubierta de púas, una verdadera fortaleza, pero intuyo que, por dentro, tiene el mismo refinamiento sencillo de los erizos, que son animalillos falsamente indolentes, tremendamente solitarios y terriblemente elegantes.”

Con esa increíble capacidad para percibir la realidad de los adultos, la niña Paloma, hija de una familia rica residente en el mismo edificio, escribe sus reflexiones críticas sobre el mundo de los adultos. Un mundo que rechaza y censura, hasta el punto de no querer seguir adelante y preferir la muerte. Su diagnóstico es especialmente incisivo:

“La gente cree ansiar y perseguir estrellas, pero termina como peces de colores en una pecera.”

La combinación de estos dos brillantes personajes dará mucho juego a la autora con toques de humor, ironía y a veces, ternura. Muriel Barbery, profesora de filosofía, pone en boca de ellas interesantes y acertadas reflexiones sobre la vida, la literatura, el arte, la percepción de la belleza y la amistad. Sin embargo, resulta inverosímil su obsesión por las diferencias de clase, la escala social y las distancias entre ricos y pobres. De hecho, cuesta entender que una persona de inteligencia privilegiada como la portera tenga que ocultarse y desaprovechar su talento, sólo por haber nacido pobre, en el París del siglo XXI. Desde ese punto de vista, resulta incomprensible su argumento, aunque no cabe duda de que muchas personas –y más si son tan especiales- se esconden en nuestra sociedad por miedo a los demás. Miedos eternos que jamás caducarán en ninguna época.

Renée descubrirá una nueva ilusión en la persona de un rico caballero japonés que se instala en el edificio, así como el valor de la amistad con la niña, una especie de “alma gemela”, pese a la diferencia de edad. El final de la historia podría ser mejorable para un libro tan interesante, pero en conjunto, merece mucho la pena. Aunque sólo sea por apuntar en nuestra agenda una tarea imprescindible como ésta:

“Lo que hay que vivir antes de morir es un aguacero que se transforme en luz…”

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jueves, 6 de junio de 2013

"El perseguidor" de Julio Cortázar





Leer a Cortázar es apostar sobre seguro. Rescatar uno de sus libros de la biblioteca es saberse ganador al cerrar la última página, con la certeza de que todas sus palabras se quedarán en el corazón para enriquecerlo. “El perseguidor”, uno de su grandes éxitos, se devora enseguida; un relato breve y en apariencia ligero, pero deja un sabor que se degusta placentera y lentamente durante mucho tiempo: agridulce, con aroma de melancolía, como el que crece entre el humo del tabaco, las notas de un saxo y un deseo inalcanzable.

En “El perseguidor” Cortázar relata los últimos días del saxofonista Johnny Carter, sus obsesiones y alucinaciones, su dependencia de las drogas, sus frustraciones y su gran búsqueda. Es un homenaje al genial Charlie Parker, publicado en 1959, con el paisaje de París de fondo, y referencias a otro genio del jazz como Miles Davis.

La historia de Carter nos la narra su biógrafo y crítico musical, Bruno. Es la voz del propio Cortázar que se esfuerza por comprender la confusa vida que discurre por la mente del músico, más allá del desastre de inconsciencia y autodestrucción en que convierte su día a día: “Envidio todo menos su dolor, pero aún en su dolor tiene que haber atisbos de algo que me es negado”.

Desde la primera página, Carter aparece como un ser entrañable, pero confuso, enfermo y drogado, que se confiesa incapaz de pensar, y especialmente, obsesionado con el tiempo:

“En mi casa el tiempo no acababa nunca, sabes. De pelea en pelea, casi sin comer”… “Cuando empecé a tocar de chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba”… “Yo no me abstraigo cuando toco. Solamente cambio de lugar”

Poco a poco, Bruno va entendiendo la luz que “busca encenderse” en Carter cuando toca, una luz que va más allá de los efectos de las drogas o de la grandeza que le niega a un “pobre diablo, vicioso y con talento” como Carter:

“Johnny está obsesionado por algo que su pobre inteligencia no alcanza a entender pero que flota lentamente en su música, acaricia su piel, lo prepara quizá para un salto imprevisible que nosotros no comprenderemos nunca.”… “Parece contar con ella (la música) para explorarse, para morder la realidad que se le escapa todos los días.”

Bruno no se cansa en su empeño de entender a Carter, sus crisis y sus sueños. El último de ellos será un campo lleno de urnas enterradas en un espacio inmenso, con la muerte como reclamo y salida. Le escucha también tocar, fuera del tiempo: “Esto lo estoy tocando mañana”, dijo Johnny en una ocasión. Y en una de sus improvisaciones con el saxo, “llena de huidas en todas las direcciones”, Bruno entiende quien es verdaderamente Johnny Carter, “el perseguidor”:

“No es un perseguido, no es una víctima. Lo que le ocurre son azares del cazador, no del animal acosado…. Persigue en vez de ser perseguido.”

Al fin, Carter resume toda una vida de búsqueda en el tiempo, fuera y dentro de él, hasta reunirse con su “siempre”.

“El tiempo… toda mi vida he buscado en mi música que esa puerta se abriera al fin. Una nada, una rajita…” Carter recuerda una ocasión en que Miles Davis “tocó algo tan hermoso que casi me tira de la silla”“Era la seguridad, el encuentro, cuando todo está resuelto… Sin que hubiera después… Por un rato no hubo más que siempre.”

Sólo queda leerlo con la sabia voz de Cortázar, escucharlo, y que nos lleve entre notas en el tiempo…