viernes, 14 de marzo de 2014

"La historia de Lucy Gault"




Esta novela tiene nombre propio porque su protagonista se convierte ante nuestros ojos en un personaje tan especial y alejado de convencionalismos que deja huella en la memoria. La historia de la pequeña Lucy comienza cuando tiene ocho años y acaba cuando ya es anciana, y en ese viaje por su tiempo, mucho de ella, de su insólita forma de afrontar la adversidad, nos atrapa, nos seduce y nos cala como la fina lluvia de su tierra irlandesa.

William Trevor está considerado como uno de los mejores narradores irlandeses vivos (comparable a James Joyce) y esta breve novela, tan sencilla en apariencia, pero tan compleja en el fondo, demuestra que en esta ocasión no se han excedido en las alabanzas. Trevor recrea la belleza del entorno y lo convierte en un personaje más que se transforma y enmarca el paso del tiempo, el carácter y el destino de los que lo habitan.  Y en cada una de sus palabras, precisas y selectas, nada falta, nada es superfluo y sólo lo esencial construye el legado de sensaciones que nos deja.

La historia de Lucy comienza en el año 1921, cuando la casa de la familia Gault, en el condado irlandés de Cork, es atacada por nacionalistas ingleses. Una noche, el capitán Gault hiere en el hombro a uno de los asaltantes pero, ante el temor de que se repita el atentado, decide abandonar su hogar, junto a su esposa Heloise y su hija Lucy. La pequeña, de ocho años, profundamente apegada al lugar donde ha nacido, se escapa poco antes de la partida. Una serie de coincidencias desafortunadas provocan que los Gault crean que la niña se ha ahogado en el mar. Y para huir del dolor, inician un peregrinaje por Europa, sin saber que Lucy es encontrada días después por los aparceros que cuidan la finca.

Lucy crece con la convicción de que su fuga es la causante de la marcha de sus padres y la fatalidad, el sufrimiento de todos y su sentimiento de culpa determinarán su comportamiento. Especialmente, por esa culpa rechazará al amor de su vida, asumirá el vacío de su existencia y esperará en soledad el regreso de sus padres. Y lo hace sin dramatismos y sin melodramas, tal como podría esperarse.

“Estaba tan acostumbrada a ser distinta como lo estaba a sentirse sola. Tal vez fueran una misma cosa; en cualquier caso, era una ridiculez preocuparse”.

Lucy espera y vive con una resignación contenida y silenciosa, y en su comportamiento resume lo que, para mí, son los dos grandes temas en el trasfondo de esta novela: la culpa y la incomunicación. Ninguno de los personajes demuestra tener la capacidad para expresar sus sentimientos con claridad a los otros, lo que impide que salgan de su aislamiento. Y todo lo que se mueve dentro de ellos se adivina en un ejercicio de comprensión necesario que obliga a recolocar las piezas de sus pensamientos. William Trevor nos da las pinceladas perfectas para pintar el paisaje y sus colores en la imaginación.

Ni siquiera cuando por fin regresa a casa el capitán Gault y llega el perdón, Lucy consigue abrir del todo las puertas de la soledad que ella misma deja siempre entornadas…

“Los años de amargas reflexiones de su hija habían creado algo propio que la había poseído mucho tiempo atrás envolviéndola como una niebla gélida”

Lucy se conforma con vivir de los recuerdos del amor que disfrutó durante poco tiempo; un amor que rechaza para no arrastrarlo a su mundo privado, solitario y en paz, del que no se esforzará en salir. Su destino al final estará marcado por la compasión. Y entonces ya no será trágico, sino elegido.

“Los recuerdos pueden serlo todo si decidimos que lo sean… Eso queda para mí y así lo haré.”