Tal como promete la portada, esta obra de
William Landay es un thriller judicial
y un best seller. Y desde luego no
engaña; cumple todos los requisitos. A partir de un asesinato, se inicia
una investigación y se lleva a cabo un juicio que culmina en un brutal e inesperado desenlace, dentro de una trama aderezada de suspense,
acción, misterio y drama.
En 2012, la novela llegó a España avalada por
su éxito de ventas en Estados Unidos, luciendo una contraportada
donde se compara al autor con otros maestros del género como John Grisham o
Scott Turow, al estilo de lo que viene siendo habitual. Esta estrategia editorial de dudoso gusto
y acierto, por su empeño en clonar escritores como si no fuera mejor hacerlos
únicos y especiales, está cada vez más extendida y, lamentablemente, parece que
resulta efectiva (¿cuántos Dan Brown llevamos ya?)
De todos, el mejor requisito que cumple
esta novela es mantener el interés hasta la última página, tal como se dice
siempre en cualquier contraportada que se precie. Pero lo mejor es que llega
más allá de esa última página. Los interrogantes que
plantea y las respuestas que no ofrece, quedan en el aire y siguen rondando en
la cabeza del lector. En la mía aún continúan y creo que será así durante mucho
tiempo.
La historia comienza con el hallazgo del
cadáver de un joven de 14 años, con tres puñaladas en el pecho, en el parque de
una tranquila localidad norteamericana. El ayudante del fiscal del distrito,
Andy Barber, será el encargado de iniciar la investigación hasta que los
indicios apuntan a su hijo Jacob como presunto autor del asesinato. Esto hecho
desencadenará un drama familiar y un dilema moral que Barber resolverá manteniendo por encima de todo su condición de padre. Defenderá sin fisuras y a toda costa la inocencia de su hijo, pese a todo lo
que apunta en su contra.
De fondo cuestiona el sistema judicial
estadounidense, que permite juzgar a un adolescente de 14 años como a un
adulto, pero plantea, al mismo tiempo, la posibilidad de que el instinto
asesino sea un factor genético y hereditario que condicionaría la vida desde la
infancia. Y este asunto, pese a las dudas científicas que suscita, tal vez sea el más interesante de la novela. Barber tiene que regresar a su pasado y
admitir sus antecedentes familiares, donde aparecen asesinos condenados,
incluido su propio padre. Además, los informes psiquiátricos que recaban para
la defensa, barajan la existencia de un llamado “gen asesino”, que se manifestaría en determinados comportamientos
de Jacob desde la guardería. La cuestión es si sólo influye ese supuesto condicionamiento
genético para cometer un asesinato o también el entorno y la educación recibida.
Cuesta asimilar que a los 14 años te “sentencien” como asesino por impulsos
hereditarios sin posibilidad de rectificación, como una condena eterna e
irreparable.
Todo se va desentrañando a
través de los diálogos ágiles y precisos, tan bien elaborados como los perfiles psicológicos de
los protagonistas. Jacob se muestra como un misterio, de principio a fin, sin
saber si nos encontramos ante el típico adolescente encerrado en su mundo o
ante un ser peligroso que oculta una insospechada agresividad. Ni siquiera sus propios padres
lo saben y es un hecho que, hasta para una familia corriente, la adolescencia
es la etapa en la que desaparece el niño y aparece el hombre (desconocido o no...)
El último interrogante que me dejó la novela
está en la figura de la madre de Jacob: la forma en que resiste el dolor, el
rechazo de los vecinos y su propia sensación de fracaso hasta destruir y
destruirse. Todo muy cuestionable, especialmente al final. William Landay
escribe una magnífica novela, pero desde el punto de vista de un padre. Una
madre reescribiría la historia de su hijo de otra manera… no sólo para
defenderlo, sino especialmente para salvarlo.
Suena bien, ya sabes como lectura ligera.
ResponderEliminarPor cierto, escribes bien, no se por qué no tienes comentarios. Supongo que no has tratado de divulgar el blog.
Saludos