Atentados, asesinatos, muertes violentas. Son, por desgracia,
habituales en las noticias de cada día, continuo objeto de estudio y fuente
inagotable de inspiración literaria. ¿Por qué se mata? ¿De dónde surge el
instinto asesino? ¿Qué lleva a un hombre a dar muerte a otro como un animal? Nadie
ha conseguido responder con exactitud a estas y otras cuestiones y, como todo lo desconocido, resulta un campo
abierto a la imaginación y a la especulación.
Hoy os traigo una novela con aspiración –lograda- de ser un
best seller más y con un asesino en serie más.
Hasta aquí nada nuevo, salvo porque Carrisi demuestra una especial
habilidad para jugar con el género. Se presenta en esta primera novela con el
bagaje de su experiencia como guionista de televisión y especialista en
Criminología y Ciencias del Comportamiento, y resulta evidente que domina
perfectamente la técnica de los golpes de efecto. Dosifica la historia a su
antojo, maneja a sus personajes como un prestidigitador, y como consecuencia,
despista completamente al lector. El resultado es una novela absorbente, que se
lee con el corazón en un puño, y deja un cierto regusto de “tomadura de pelo”.
Y ahora os explico por qué...
Un grupo especializado de homicidios busca a un asesino en
serie que ha dejado enterrados los brazos de seis niñas, pero sólo se han
denunciado cinco desapariciones, lo que implica que la sexta sigue aún con
vida. La suerte de esa última pequeña mantiene en vilo la historia que se
sostiene además con la sucesiva aparición de los cadáveres del resto de
víctimas. Como en muchas de estas novelas, sobra el sadismo y la crueldad de
los asesinatos, aunque hay que reconocer que Carrisi no se recrea en exceso al
describirlos. Pero sí destaca la habilidad del asesino para burlar a los
investigadores, dando siempre un paso por delante de ellos, de modo que
consigue dotarlo de una inteligencia superior que podría confundirse con
admiración.
Todos los policías cuentan con sus propios problemas personales: la
protagonista es una joven con una traumática experiencia, íntimamente ligada
con los crímenes, y el resto viven en un peligroso equilibrio entre el bien y
el mal. El cerebro del grupo no es un policía, sino un profesor especialista en
criminología que da, al comienzo de la historia, una de las claves para
entender a los asesinos en serie:
“Los llamamos monstruos
porque los sentimos lejos de nosotros, porque los queremos distintos. En
cambio, se nos parecen en todo.”… “La sociedad pretende que el mal extremo no
pueda ser explicado, y no pueda ser comprendido. Intentarlo quiere decir
buscarle también una justificación”.
Más adelante, cuando la historia avanza, comprendemos esta
otra afirmación del criminólogo: “Convivimos
con personas de las que creemos conocerlo todo, pero en realidad no sabemos
nada de ellos…” La explicación de esta idea es evidente. Todos podemos
matar, somos potenciales asesinos, si contamos con la motivación o la
estimulación suficiente. A nuestro lado conviven “lobos” y esta es la novela
sobre un líder de la manada.
El planteamiento es interesantísimo y se desarrolla de forma
excelente en la mayor parte la de novela. El problema son los excesivos giros
en el relato y en las actitudes de los personajes, todo en aras de la potenciar
la tensión. Los efectos llegan a ser tan inverosímiles al final que, cuando el
lector comprende que se le han caído todos los esquemas, debe retomar la
historia sin apenas tiempo para asimilarla en el último capítulo. Queda la
sensación de que el autor ha dado pistas demasiado engañosas y deja ese regusto
de “tomadura de pelo” que os comentaba al principio. Un uso más moderado de los
fuegos de artificio le hubiera dado más credibilidad a la historia sin perder
la intriga, aunque tal vez sea demasiado pedir a cualquier aspirante a súper
ventas. Salvo por esto, el conjunto es realmente atrayente, sobre todo para los
apasionados de las emociones fuertes, y Donato Carrisi un autor para tener en
cuenta cuando os apetezca pasar unas horas conteniendo la respiración.