Los libros no cambian, todos lo sabemos. Desde la primera a la última página conservan las mismas palabras e idénticas intenciones. La voluntad del escritor se mantiene intacta y protegida desde la dedicatoria hasta el punto final. Ese es uno de los grandes consuelos que siempre encontré en los libros. Como todos, sabía que podía volver a abrir una de sus páginas y releer aquella frase o aquel párrafo que me había fascinado. Sabía que, si los necesitamos, están con nosotros, inmutables, eternos: las letras en orden, los sentimientos precisos, las historias acabadas, los personajes vivos. Y como todos, sé que somos nosotros quienes cambiamos. Las palabras adquieren nuevos significados al pasar los ojos y los años. Las letras se trasforman con nuestras experiencias, se visten y se disfrazan de otras sin dejar de ser las mismas, jugando en nuestra imaginación. Y su magia se renueva constante, mientras fluye imparable, mientras se crea y renace de nuevo.
Es la magia inmortal que enamora a todos los que amamos los libros.
Ahora, mis lecturas se trasladan a otro lugar. Nada cambia; solo se verá igual o distinto, -todo depende-, en la esencia del juego, la lectura y su mágico poder.
Si queréis seguir acompañándome, aquí estaré con nuevos libros.
http://memoriasdebiblioteca1.wordpress.com/
Un abrazo y gracias por la compañía.
lunes, 24 de noviembre de 2014
lunes, 15 de septiembre de 2014
10 libros
Hay retos más o menos difíciles, pero elegir entre lo que más quieres es el peor de todos. Doy fe porque he tenido que seleccionar 10 de los libros que más me han influido, nominada por Francisco Navarro, y he sudado tinta, literalmente
En estos años he leído otros muchos con mayor calidad literaria que los que he seleccionado, pero todos los están aquí me han marcado en algún momento de mi vida (casi) cronológicamente...
1º “Viento del este, viento del oeste” de Pearl S. Buck. Una delicia en todos los sentidos. Con lo dulce, sutil y profunda que es esta historia comencé a adorar la lectura.
2º “Domina” de Bárbara Wood. Una doctora en el siglo XIX, reivindicando los derechos y la libertad de las mujeres. Me impresionó y, en gran parte, por desgracia, la lucha que describe sigue vigente.
2º “Domina” de Bárbara Wood. Una doctora en el siglo XIX, reivindicando los derechos y la libertad de las mujeres. Me impresionó y, en gran parte, por desgracia, la lucha que describe sigue vigente.
3º “Caballo de Troya” de J.J. Benítez. Me quedo con el primero, porque en los restantes desbarró bastante por los “cerros” de Jerusalén o del espacio sideral. Tal vez el libro que más he envidiado por el planteamiento (periodístico y de investigación) de un viaje en el tiempo para conocer la figura de Jesús y plasmarla sin los filtros de todos los interesados que la manipularon después.
4º “El asesinato de Roger Ackoyd” de Agatha Christie (por elegir alguno). Ella es la gran maestra. Todos los que han llegado después no han podido alcanzar su nivel de estrategia psicológica, por muchas vísceras y trucos narrativos que manejen en sus historias.
5º “El egiptólogo” de Arthur Phillips. Impresionante ver cómo evoluciona el protagonista. Es una obra de arte de precisión psicológica. Que además se desarrolle en la época de las grandes excavaciones arqueológicas en Egipto es un regalo añadido.
6º “El niño de los coroneles” de Fernando Marías. Me impactó la historia, muy bien construida sobre distintas tramas y con un estremecedor análisis sobre la crueldad humana.
7º “La confesión” de John Grisham (por elegir alguno). Es el único autor de bestsellers al que no he terminado aborreciendo por cansino. Al margen de ventas, mantiene su compromiso contra la pena de muerte y su descripción (denuncia) del sistema judicial estadounidense (distinto del español en la forma, pero no tanto en el fondo) es de lo más atinado que he leído.
8º José Hierro. Todo él forma parte de mí, a cada instante, desde que lo descubrí con “Luz de tarde”. Quien me conoce, lo sabe... ;)
9º Poesía Mario Benedetti. Me quedo con la poesía (y algún ensayo como “Vivir adrede”) porque en las novelas no he percibido tanto su esencia: esa insuperable inteligencia suya, la que se lee sencilla y tierna en sus versos.
10º “El libro de los abrazos” de Eduardo Galeano. Hable de lo que hable, del amor o las injusticias sociales, es una voz única; prosa poética de sentimiento y fuerza.
lunes, 9 de junio de 2014
"Tanta pasión para nada"
“El título
quizá sorprenda, pero hace honor a su contenido”. Así presenta
Julio Llamazares esta recopilación de doce relatos y una fábula, publicados en
2011, que comparten la misma visión de la vida: mucha pasión… para nada. El
autor añade en su prólogo un argumento que me empujó definitivamente a leerlos: “En una época como ésta, en la que los
escaparates de las librerías están llenos de libros de autoayuda y de novelas
de entretenimiento, quizá parezca un error de bulto perseverar en el nihilismo…”
Pero no lo es.
Supone un soplo de aire fresco y un baño de
realidad entre tanta fingida sonrisa y tanto forzado positivismo, encontrar personajes
que se enfrentan a ilusiones o deseos perdidos, que se ven sometidos a las
circunstancias y son superados por ellas, que comprueban que la vida nos maneja
a veces a su antojo, sin que podamos evitarlo. Todos comparten una pasión y la
viven pegados a la realidad, unidos a ella: a la vida y a la pasión que forma
parte de ella “y que no nos permite
seguir viviendo, pese a que conozcamos su inutilidad”.
Los relatos arrancan con la historia del
penalti fallado por Djukic en 1994, que le costó la liga al Deportivo de La
Coruña. Todo el cúmulo de recuerdos, emociones y sensaciones que desfiló por la
cabeza del jugador en esos momentos de intensidad plena, mientras un estadio
contenía la respiración, se desgrana en el relato que va creciendo en
intensidad hasta el instante final, con Djukic arrodillado en el césped,
deseando huir y recordando “lo que su padre solía decir cuando la vida
le golpeaba como a él ahora: tanta pasión para nada.”
Por el libro desfilan, después, un anciano que
reencuentra al amor de su juventud antes de morir; un conductor que escapa del
aburrimiento y la rutina con música y kilómetros por delante; un periodista de
la vieja escuela con la carrera agotada que se enfrenta a una Navidad solitaria;
un escritor que lucha contra la falta de inspiración y otras intensas historias
de ausentes y secretos, por fin revelados, de la Guerra Civil.
Julio Llamazares retrata a sus personajes con
el detalle justo y sin aspavientos emocionales, pese a las derrotas y
decepciones que viven. Va hilando de forma ligera las frases, con pocos puntos
y pausas medidas, como si la historia fluyera de su propia voz, mientras nos
mira acodado en la barra del bar. “Porque
un cuento –ya se sabe- no es el tema, ni siquiera su argumento o su estructura,
sino la trama que va creciendo a medida que sus hilos se entrelazan entre ellos”.
Así lo describe el escritor del relato y Llamazares hace honor a su propio
criterio. Y añade una frase certera: “La literatura no era un oficio… sino una
destilación paciente de palabras.”
De todos, me impresionó -por la fuerza de la
metáfora- el relato titulado “Historia
del hombre que quiso parar el mundo”. Un tipo gris y anodino que había sido
el último en ejecutar “la suerte taurina de don Tancredo” antes de que se
eliminara por su peligrosidad. Consistía en hacer la estatua en el centro del
ruedo y esperar, subido a un pedestal, la embestida del toro. La vida de este
hombre se para, al final, frente a un tren y tan sólo es mencionada en una
noticia breve perdida entre los sucesos del diario. Muere tal como había sido
su vida, la de él y la de otras tantas vidas y pasiones…
“… Un
continuo deslizarse hacia la nada, la pasividad total, hacia la estatua que
siempre fue, no solo ante las vaquillas que lidiaban en la fiestas de la plaza
de toros de su pueblo, sino en la vida, a la que siempre se enfrentó a pecho
descubierto, tan grande fue su valor, sin saber que la vida no se detiene como
los toros y pasa por encima de quien se atreve a enfrentarse a ella.”
La fábula final del libro, titulada “El día de mañana”, es tan breve como
explícita. El broche perfecto de realidad.
“Mis padres
se pasaron la vida pensando en el día de mañana. Tú piensa en el día de mañana;
tú ahorra para el día de mañana, me decían. Pero el día de mañana no llegaba.
Pasaban los meses y los años y el día de mañana no llegaba.
Hoy, de hecho,
mis padres ya están muertos y el día de mañana aún no ha llegado”.
viernes, 14 de marzo de 2014
"La historia de Lucy Gault"
Esta novela tiene nombre propio porque su
protagonista se convierte ante nuestros ojos en un personaje tan especial y
alejado de convencionalismos que deja huella en la memoria. La historia de la
pequeña Lucy comienza cuando tiene ocho años y acaba cuando ya es anciana, y en
ese viaje por su tiempo, mucho de ella, de su insólita forma de afrontar la
adversidad, nos atrapa, nos seduce y nos cala como la fina lluvia de su tierra
irlandesa.
William Trevor está considerado como uno de
los mejores narradores irlandeses vivos (comparable a James Joyce) y esta breve
novela, tan sencilla en apariencia, pero tan compleja en el fondo, demuestra
que en esta ocasión no se han excedido en las alabanzas. Trevor recrea la
belleza del entorno y lo convierte en un personaje más que se transforma y
enmarca el paso del tiempo, el carácter y el destino de los que lo
habitan. Y en cada una de sus palabras,
precisas y selectas, nada falta, nada es superfluo y sólo lo esencial construye
el legado de sensaciones que nos deja.
La historia de Lucy comienza en el año 1921,
cuando la casa de la familia Gault, en el condado irlandés de Cork, es atacada
por nacionalistas ingleses. Una noche, el capitán Gault hiere en el hombro a
uno de los asaltantes pero, ante el temor de que se repita el atentado, decide
abandonar su hogar, junto a su esposa Heloise y su hija Lucy. La pequeña, de
ocho años, profundamente apegada al lugar donde ha nacido, se escapa poco antes
de la partida. Una serie de coincidencias desafortunadas provocan que los Gault
crean que la niña se ha ahogado en el mar. Y para huir del dolor, inician un
peregrinaje por Europa, sin saber que Lucy es encontrada días después por los
aparceros que cuidan la finca.
Lucy crece con la convicción de que su fuga
es la causante de la marcha de sus padres y la fatalidad, el sufrimiento de
todos y su sentimiento de culpa determinarán su comportamiento. Especialmente,
por esa culpa rechazará al amor de su vida, asumirá el vacío de su existencia y
esperará en soledad el regreso de sus padres. Y lo hace sin dramatismos y sin
melodramas, tal como podría esperarse.
“Estaba tan
acostumbrada a ser distinta como lo estaba a sentirse sola. Tal vez fueran una
misma cosa; en cualquier caso, era una ridiculez preocuparse”.
Lucy espera y vive con una resignación
contenida y silenciosa, y en su comportamiento resume lo que, para mí, son los
dos grandes temas en el trasfondo de esta novela: la culpa y la incomunicación.
Ninguno de los personajes demuestra tener la capacidad para expresar sus
sentimientos con claridad a los otros, lo que impide que salgan de su
aislamiento. Y todo lo que se mueve dentro de ellos se adivina en
un ejercicio de comprensión necesario que obliga a recolocar las piezas de sus
pensamientos. William Trevor nos da las pinceladas perfectas para pintar el
paisaje y sus colores en la imaginación.
Ni siquiera cuando por fin regresa a casa el
capitán Gault y llega el perdón, Lucy consigue abrir del todo las puertas de la
soledad que ella misma deja siempre entornadas…
“Los años de
amargas reflexiones de su hija habían creado algo propio que la había poseído mucho
tiempo atrás envolviéndola como una niebla gélida”
Lucy se conforma con vivir de los recuerdos
del amor que disfrutó durante poco tiempo; un amor que rechaza para no
arrastrarlo a su mundo privado, solitario y en paz, del que no se esforzará
en salir. Su destino al final estará marcado por la compasión. Y entonces ya no será
trágico, sino elegido.
“Los
recuerdos pueden serlo todo si decidimos que lo sean… Eso queda para mí y así
lo haré.”
jueves, 9 de enero de 2014
"Defender a Jacob" de William Landay
Tal como promete la portada, esta obra de
William Landay es un thriller judicial
y un best seller. Y desde luego no
engaña; cumple todos los requisitos. A partir de un asesinato, se inicia
una investigación y se lleva a cabo un juicio que culmina en un brutal e inesperado desenlace, dentro de una trama aderezada de suspense,
acción, misterio y drama.
En 2012, la novela llegó a España avalada por
su éxito de ventas en Estados Unidos, luciendo una contraportada
donde se compara al autor con otros maestros del género como John Grisham o
Scott Turow, al estilo de lo que viene siendo habitual. Esta estrategia editorial de dudoso gusto
y acierto, por su empeño en clonar escritores como si no fuera mejor hacerlos
únicos y especiales, está cada vez más extendida y, lamentablemente, parece que
resulta efectiva (¿cuántos Dan Brown llevamos ya?)
De todos, el mejor requisito que cumple
esta novela es mantener el interés hasta la última página, tal como se dice
siempre en cualquier contraportada que se precie. Pero lo mejor es que llega
más allá de esa última página. Los interrogantes que
plantea y las respuestas que no ofrece, quedan en el aire y siguen rondando en
la cabeza del lector. En la mía aún continúan y creo que será así durante mucho
tiempo.
La historia comienza con el hallazgo del
cadáver de un joven de 14 años, con tres puñaladas en el pecho, en el parque de
una tranquila localidad norteamericana. El ayudante del fiscal del distrito,
Andy Barber, será el encargado de iniciar la investigación hasta que los
indicios apuntan a su hijo Jacob como presunto autor del asesinato. Esto hecho
desencadenará un drama familiar y un dilema moral que Barber resolverá manteniendo por encima de todo su condición de padre. Defenderá sin fisuras y a toda costa la inocencia de su hijo, pese a todo lo
que apunta en su contra.
De fondo cuestiona el sistema judicial
estadounidense, que permite juzgar a un adolescente de 14 años como a un
adulto, pero plantea, al mismo tiempo, la posibilidad de que el instinto
asesino sea un factor genético y hereditario que condicionaría la vida desde la
infancia. Y este asunto, pese a las dudas científicas que suscita, tal vez sea el más interesante de la novela. Barber tiene que regresar a su pasado y
admitir sus antecedentes familiares, donde aparecen asesinos condenados,
incluido su propio padre. Además, los informes psiquiátricos que recaban para
la defensa, barajan la existencia de un llamado “gen asesino”, que se manifestaría en determinados comportamientos
de Jacob desde la guardería. La cuestión es si sólo influye ese supuesto condicionamiento
genético para cometer un asesinato o también el entorno y la educación recibida.
Cuesta asimilar que a los 14 años te “sentencien” como asesino por impulsos
hereditarios sin posibilidad de rectificación, como una condena eterna e
irreparable.
Todo se va desentrañando a
través de los diálogos ágiles y precisos, tan bien elaborados como los perfiles psicológicos de
los protagonistas. Jacob se muestra como un misterio, de principio a fin, sin
saber si nos encontramos ante el típico adolescente encerrado en su mundo o
ante un ser peligroso que oculta una insospechada agresividad. Ni siquiera sus propios padres
lo saben y es un hecho que, hasta para una familia corriente, la adolescencia
es la etapa en la que desaparece el niño y aparece el hombre (desconocido o no...)
El último interrogante que me dejó la novela
está en la figura de la madre de Jacob: la forma en que resiste el dolor, el
rechazo de los vecinos y su propia sensación de fracaso hasta destruir y
destruirse. Todo muy cuestionable, especialmente al final. William Landay
escribe una magnífica novela, pero desde el punto de vista de un padre. Una
madre reescribiría la historia de su hijo de otra manera… no sólo para
defenderlo, sino especialmente para salvarlo.
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